Es de sobra conocida la mala fama que tiene la figura del especulador en nuestra sociedad. El especulador es visto como alguien que busca el beneficio rápido en los vaivenes de precios, sin aportar nada de valor real a la sociedad. Mientras que todos vemos cómo el zapatero nos proporciona zapatos, el agricultor tomates y el camarero nos sirve las bebidas en la terraza, es difícil encontrar una utilidad social a la venta de unas acciones adquiridas hace apenas unas horas, unos minutos o unos segundos. El especulador, se dice, no aporta nada al proceso productivo, sólo excesiva volatilidad en los mercados, encarecimiento innecesario de las bienes básicos, y burbujas que eventualmente explotan llevándose la economía real (la que sí aporta valor) por delante.

Sin embargo, la especulación tiene su rol en la economía, con beneficios para los mercados financieros y por derivación también para la economía real.

Ya de entrada deberíamos ponernos en guardia ante el concepto de «economía real», en contraposición a una economía «ficticia» o «especulativa», que consiste sólo en ganar dinero moviendo dinero, sin producir nada. Los mercados financieros son fundamentales para el progreso de la economía productiva (la «real»), ya que canalizan el ahorro hacia la inversión en proyectos rentables que llevarán a la producción futura de más y/o mejores bienes y servicios. Por tanto, la economía financiera tiene un papel muy real en el progreso económico.

De las funciones de la especulación, yo quería hablar de una que estimo muy importante, y es la de proporcionar liquidez en el mercado. Por liquidez entendemos la facilidad para comprar o vender un activo financiero (o no financiero), en términos de tiempo y de coste; un mercado es tanto más líquido cuanto más rápido podemos vender el activo en cuestión sin tener que hacer grandes esfuerzos para encontrar un comprador y sin tener que ofrecer grandes descuentos respecto al precio que podríamos obtener si dedicásemos más tiempo a la venta. El hecho de que las acciones de una empresa cambien de mano constantemente en la Bolsa les proporciona liquidez, es decir, podemos comprar o vender las acciones con un sólo click o llamada de teléfono, ya que siempre hay disponibles compradores y vendedores sin grandes variaciones en el precio ofrecido/exigido.

El especulador, al comprar y vender constantemente en intervalos temporales relativamente breves, proporciona liquidez a los activos financieros (también se dice que «crea mercado»), y con ello el coste de emisión de estos activos en el mercado primario se reduce. En el mercado primario las empresas emiten las acciones (títulos de propiedad) o los bonos (deuda) para financiarse, y en el mercado secundario es donde posteriormente esos activos financieros cambian de mano entre inversores y especuladores. Aunque la Bolsa cumple la función de mercado primario (en lo que se refiere a la emisión de nuevas acciones como medio de financiación), el grueso de la negociación es de tipo secundario, esto es, acciones que cambian de manos entre inversores y especuladores sin participación de la empresa emisora.

Sin duda, cualquier inversor se mostrará más reticente a comprar una acción recién emitida cuanto más difícil sea deshacerse de ella posteriormente en caso de que sea conveniente; la falta de liquidez supone un mayor compromiso para el accionista y por ello exige una prima de rentabilidad frente a acciones que pueden venderse prácticamente en cualquier momento. La liquidez que facilitan los especuladores reduce los costes de financiación y permite un mayor volumen de inversión global, favoreciendo así el desarrollo económico.

Para concluir, estemos de acuerdo o no en si el método del especulador es el más apropiado para obtener retornos relevantes y sostenibles en el tiempo, la presencia del especulador siempre nos servirá de lubricante en nuestras operaciones financieras.